Arena blanca y agua cristalina tintineante que convierte el brillo de los rayos solares en un manto de escarcha de diamantes sobre las pieles tostadas de las bellas mujeres con las que se cruza, la brisa cálida acariciándole la dermis no apacigua su estado semi erotizado, se acercó a una chica bellísima de pelo ondulado, desnuda boca arriba tomando el sol, por un instante soñó perderse entre aquellos rizos dorados, ella mantuvo su mirada sosegadamente, su cuerpo era perfecto, ligeramente bronceada y con una gran sonrisa dibujando su cara perfecta, casi sin pensar le pidió la hora, la chica se inclinó sobre su bolso y se agachó para consultar el reloj, aquel movimiento ya despertó totalmente su miembro, que se quedó enhiesto como un mástil, se sintió avergonzado pues la imagen de esos deliciosos muslos ligeramente abiertos le excitaba mas y mas, una vez ella le dio la hora, intento marcharse pero no podía pensar con claridad y tropezó con una toalla enrollada, por la inercia de la caída y la casualidad del destino penetró a aquella ninfa totalmente desconcertada por la situación. Una penetración totalmente involuntaria.
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La jueza que instruía el caso no daba crédito a la cara dura del acosado y la entereza con la que mantenía dicho relato pero antes de dictar sentencia pidió la colaboración de una meretríz para intentar reproducir la situación que daba lugar a tan enrevesado suceso para que el desaprensivo violador quedara en evidencia, de modo que allí bajo el estrado, se colocaron los elementos que configuraron la escena, toalla enrollada, bolso y una exuberante mujer desnuda.
- ¡ Pero señoría yo no quiero violar a nadie otra vez !
- Vd. limítese a repetir los hechos, para corroborar el desarrollo de los mismos.
Un hombre desnudo con una poderosa tranca estaba ahora con una toalla en la mano, la mujer que ostentaba la máxima autoridad tuvo que resoplar ante la escena, la sala mantenía un silencio sepulcral, el hombre se dejó caer sobre la mujer que estaba ligeramente a cuatro patas rebuscando en el bolso.
Se oyó un grito y luego unos gemidos que parecía que surgían del cielo. La jueza no podía ver la escena pues el estrado le tapaba, de modo que se inclinó sobre el mismo con tanto ímpetu que el peso de su cabeza le hizo perder el equilibrio con tan mala fortuna que un clavo que sobresalía de la madera enganchó su toga que se quedó enganchada en la tarima, como la envoltura de una fruta mientras su señoría se acercó volando a la recreación de la singular escena.
Todos en la sala pudieron comprobar que esta jueza no llevaba nada debajo de la toga, pero lo mas sorprendente fue que mientras el hombre se daba la vuelta trabajosamente en el suelo, su pene quedó apuntando hacia el techo justo en el momento en que insertó sin querer a aquella jueza voladora. Hay que decir en honor a la verdad que los bedeles fueron instruidos y debidamente compensados para que no se dieran prisa en separarlos, los reporteros de prensa hicieron su trabajo a conciencia.
La condena fue especialmente dura, por la reincidencia y por que violar a una representante de la ley ejerciendo sus funciones y delante de una sala llena de periodistas, no podía quedar impune.
3 comentarios:
Si es que está demostrado que no se puede ir por ahí con todo al aire... Que Dios nos pille confesados...
Saludos.
Las casualidades existen...
Por lo que yo digo y reitero que fue todo pura casualidad... ese hombre no merece lo que está pasando el pobrecito... :D
Un beso fuerte fuerte Seb...
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