jueves, 2 de octubre de 2025

Perdida entre la Nieve




































Crónicas de unas fotos prohibidas en la nieve.

Por fin después de muchos esfuerzos convenció a Katia para hacer una sesión en plena nevada. Todo muy artístico, muy conceptual, muy “la fuerza del cuerpo humano contra la naturaleza”. Pero la realidad fue otra cosa.

Primero, la modelo apareció envuelta en un abrigo gigante de plumas, gorro de lana, bufanda y unos guantes de esquí que parecían manoplas de oso. Nada que ver con lo que figuraba en la mente del artista de las imágenes.
El fotógrafo, excitadísimo con la idea, le dijo:
—Vale, ahora… ¡quítatelo todo!
Y ella:
—¿Aquí? ¿En serio? ¡Si ya no siento las piernas!

Al final, entre risas y protestas, la modelo se quitó el abrigo y quedó como en la foto: con apenas una gasa y unas botas que no eran para nieve. El fotógrafo, muy profesional, intentaba dar indicaciones como si no pasara nada:
—¡Perfecto! ¡Más sensual! ¡Mira al horizonte!
Mientras tanto, la pobre modelo pensaba: “¿Horizonte? ¡Si solo veo un iceberg en mi nariz!”

Pero lo mejor estaba por llegar.


En un momento, un señor del pueblo que paseaba a su perro se detuvo y, sin decir palabra, miró la escena como quien ve a alguien freír churros en mitad de la carretera. El perro, mientras tanto, se quedó fascinado con la bufanda tirada en la nieve y casi se la lleva.

El fotógrafo resbaló hacia atrás mientras buscaba el “ángulo perfecto” y cayó de culo en la nieve. Por orgullo, no soltó la cámara. Eso sí, gritó: “¡Lo tengo! ¡Lo tengo!” mientras parecía una foca varada con una bonita foto de las copas de los árboles.




Para entrar en calor entre disparo y disparo, la modelo empezó a hacer pequeños bailes, como si fuera un ritual tribal en medio de la tundra. El fotógrafo, contagiado, terminó dando saltitos también. Otro vecino que pasó en coche juró luego que había visto un aquelarre extraño en el campo.

Cuando terminaron, la modelo volvió a ponerse el abrigo de plumas y dijo con voz solemne:
—Quiero mi contrato en un spa.

Y el fotógrafo contestó, temblando todavía:
—Y yo un chocolate caliente.

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